Aquí, parada frente a tu tumba, con las gotas de lluvia poco a poco creciendo y la fuerza del viento en aumento; como me enfrían las mejillas y los ojos me arden, no alcanzo a distinguir lo que dice tu lapida, solo se nota “... lo recordaremos siempre.”.
Que tranquilidad se respira a pesar de la tormenta, esta tranquilidad que no se parece en nada al infierno que provocabas siempre que llegabas ebrio perdido, orinado gritando, un remedo de hombre. Después de gastarte el dinero que era para nosotros, para comer o para vestirnos.
El juego y el alcohol fueron tus vicios y tu perdición, no es un reproche pero es que así te recuerdo y así te recordare toda la vida. Por que las navidades nunca fueron felices, siempre acababan mal cuando hacíamos algo que a ti no te gustaba siempre salía a relucir esa hebilla tuya, plateada y pesada, que era tu orgullo y que logro sobrevivir a un empeño seguro, cuando te faltaba dinero para seguir bebiendo.
Relucía esa hebilla por las noches y mama la sufría mas porque era el instrumento de tus castigos, así nos pretendías educar. Cada día que pasaba me preguntaba por que eras así con nosotros, porque nos maltratabas tanto, ¿qué, así te educo tu papa? O era porque nunca quisiste hijos.
El día que mama murió te estuvimos esperando, pero no llegaste, no la viste, ella... tan frágil, tan tierna, tan débil, y siempre sujeta a tu voluntad, a pesar de que dejaste de ser su hombre hacia ya mucho tiempo, la pobre en su ultimo suspiro pronuncio tu nombre como pidiéndole a Dios que te perdonara, porque ella sabia que solo eras un pobre indefenso y que sin cuidado no podrías sobrevivir. Pero no llegaste... nunca llegaste.
Te enfureció el día que no supe hacer la comida como a ti te gustaba, lo supe porque ese día los golpes fueron distintos, no eran golpes secos, estaban cargados de furia, de enojos querías descargar tu coraje contra la vida en mi. Recuerdo como brillaba esa hebilla cruzando el aire, para irse a impactar en mis piernas, en mi espalda y en mis brazos, tuve que ir a la escuela dos semanas para disimular los moretones.
Pero esa maldita hebilla brilló mas fuerte en esas noches en que llegabas a mi cama, y me decías que me quedara callada, tu gemías como una bestia, parecías poseído por un demonio tus venas hinchadas tu sudor inundando de peste mi cuarto, mi ultimo rincón, mi refugio del mundo, ahora mancillado; yo desgarrada, mi piel me ardía, me quemaba por dentro quería desaparecer cuando tu me pedías que abriera la boca y que tragara ese mar de sal... Después te marchabas y me dejabas sola ahí, callada, humillada, sollozante.
Y siempre amanecía, y el mundo seguía su curso, y de nuevo la noche, la oscuridad y yo sabia lo que me esperaba: mas dolor y más vacío de mi alma. Mientras tu desatabas esos instintos animales, yo le pedía a Dios que me llevara con mi mamá, que me arrancara la vida, que no quería vivir si era de esa forma. El demonio llegaba a mi cuarto todas las noches y Dios no me escuchaba, no me liberaba, maldije a Dios y lo olvide.
Pero llego el día en que tus amigos te olvidaron, ya nadie quería nada contigo, nadie te prestaba unos pesos para seguir tomando, el vicio te empujo a robar, pero te pescaron y te asesinaron y aquí estas, pudriéndote, volviendo al polvo.
Es cierto eso que dice tu lapida “... lo recordaremos siempre.”
Siempre te recordaremos, yo y este pequeño ser que crece dentro de mí y se desarrolla rápidamente, este producto de esas noches en que tu hebilla brillaba tan intensamente. Siempre te recordaremos padre, siempre...
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